jueves, 6 de septiembre de 2012

La Joven Tejedora

                               Compartimos la reseña de Marcela Carranza y publicada por nuestros amigos de Imaginaria  . 
La joven tejedora
Marina Colasanti
Bordados de Ângela, Antônia Zulma, Marilu, Martha y
Sávia Dumont sobre dibujos de Demóstenes Vargas.
Traducción de Mario Merlino.
São Paulo, Global Editora, 2004.












¿Puede el arte imitar la realidad? ¿Puede el arte reemplazar lo real, o tal vez darle origen? ¿Cuál es el límite entre la realidad y la ficción?

La condición humana, de René Magritte.

Estas preguntas que forman parte de la obra de artistas del siglo XX como René Magritte, y de tantos escritores de la literatura fantástica, entre los cuales Borges, Cortázar y Bioy Casares no son la excepción, también se hallan presentes en la mitología de pueblos antiguos de diversas partes del globo. El mito griego “Pigmalión y Galatea” es un buen ejemplo de lo que estamos hablando.

Pigmalión, rey de Chipre, no puede hallar una esposa a la medida de sus aspiraciones y deseos. Decide entonces dedicarse a la escultura y crear la mujer ideal. Galatea, la más hermosa de sus esculturas, es objeto de su adoración y amor. Una noche Pigmalión sueña que Galatea cobra vida. Afrodita, compadecida del rey, decide concederle su deseo y convierte a Galatea en humana.

En Intentando lo imposible, el pintor surrealista René Magritte parece ofrecernos su versión del mito de Pigmalión. Del pincel del artista surge una bella mujer, aún inconclusa. La ausencia de un marco que delimite la “ficción” de lo “real” produce ese desconcertante efecto en el que tal frontera se derrumba. ¿Es aquella mujer fruto del hacer del artista, y por lo tanto una ficción, imitación de lo real? O por el contrario, ¿es ella tan real como el pintor que la crea?

Veamos cómo la luminosidad y movimiento del cuerpo femenino parece superar en “realidad” al otro cuerpo, el de su creador.


Intentado lo imposible, de René Magritte.
Existe otro mito acerca de las habilidades de un artista que puede ser enlazado con La joven tejedora de Marina Colasanti. El mito de Aracne, aquella tejedora que se atrevió a competir con Minerva sobre quién realizaría el tapiz más perfecto y, habiendo vencido a la diosa, fue transformada en una araña.
La tejedora de Colasanti, al igual que Aracne, es capaz de crear tejidos de asombrosa belleza. Pero a diferencia del mito antiguo, la obra que emerge en su telar cobra realidad simultáneamente en el mundo. Con los poderes de una divinidad, la tejedora puede generar el día, la noche, la lluvia, el calor del sol, y también satisfacer necesidades más inmediatas como las de la comida y la bebida.

“Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería.”



A la manera del mito de “Pigmalión” en versión femenina, el hombre que le da compañía es el fruto de los afanes de la joven tejedora.
Otro hilo de la cultura que se entreteje con este libro —al menos en mi lectura— es la antigua fábula de “El pescador y su mujer”. Mientras en el cuento popular alemán la mujer es quien por ambición exige continuamente más y más riquezas y poder a su marido, hasta agotar la paciencia del pez de oro; aquí es el hombre, quien descubriendo el poder del telar, “no pensaba en nada más, salvo en todas las cosas que éste podría darle”.
                             
           


“Sin descanso tejía la mujer los caprichos del marido, llenando el palacio de lujos, los cofres de monedas, las salas de criados.”
Si el tejido puede crear realidad, también puede destruirla. La drástica decisión de la mujer cobra mayor intensidad en una narración que decide adquirir el punto de vista del hombre en el instante de ser destejido por la lanzadera. El marido observa con espanto cómo la nada le sube por el cuerpo, punto por punto.

En esta edición de Global, el texto de Colasanti es acompañado por los bordados de cinco hermanas artesanas. La protagonista y su realidad emergen en el hábil entrelazamiento de hilos y colores.

                    


La metáfora del tejido ha sido relacionada a la escritura desde tiempos antiguos. El origen de la palabra “texto” se encuentra en el verbo latino texere: “tejer”, “trenzar”, “enlazar”.
Como en el tejido, las palabras, los enunciados se cruzan, se entretejen unos con otros; pero también los textos a su vez, se trenzan, se enlazan, dialogan entre sí en un tapiz mayor: el de la cultura. (*)
Los lectores vislumbramos esas relaciones, las producimos, en ocasiones de manera imprevisible. En este entrelazar y tejer de palabras y textos, los lectores somos también creadores, tejedores de nuestra propia obra.
                

Nota
(*) “De ese texto hacia otros textos, de esa historia hacia otras historias… Una hebra que se enlaza con otra y otra y otra más, un dibujo que se extiende, un arabesco sorprendente… (…) Este ida y vuelta por la trama y el dibujo del gran tapiz no busca simplificar sino, al contrario, volver más complejo, más espeso, el contexto de la lectura. Enciende el motor de la búsqueda y muestra con toda claridad, y también con entusiasmo, que el tapiz es grande, rico y variado. Y que hay tanto para leer…”







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